hora. con ese.
La luna entraba por la ventana como un hacha. La sombra generaba siluetas incandescentes sobre la mitad de su colchón. La otra mitad rozaba la taquicardia pre-vómito de las noches de luna llena. No se duerme igual . Le había dicho su padre años antes. No. No se duerme. Igual. Igual da. Lo mismo es. No se duerme y punto. Y si se duerme es para obtener registros subconscientes hitchcockianos. Se apartó el negro mechón que le ocupaba la frente. Se ajustó la almohada. Se giró hacia la silueta del otro lado. El pelo rubio caía por su espalda como una tentación. Sus pechos navegaban por el aire de la habitación con un descaro insostenible. Huían de sus torpes dedos que recorrían incansables la estela de sus pezones. Sus muslos estaban tan enganchados a sus caderas que le impedían casi la totalidad del movimiento. Sus labios se acercaron a su frente. Le sopló el mechón y empezó a hablarle al oído. Se encendió la luz del patio. ¡Desaprensivo trasnochado! Murmullo. Giró la cabeza. Volvió a ver